sábado, 22 de septiembre de 2007

El color de la gata de Dios


Nadie conoce mi color.
Ellos me ven normal, como cada día,
y quizás es por eso,
porque siempre he tenido el mismo color
y nadie cree extraño verme así.
Una vez me encontré a alguien del mismo color,
pero no pareció comprender
que ambos lo compartíamos.
Un día encontré a alguien que le gustó mi color,
pero jamás entendió mi color.
Hay días en que tiño mi color
y quizás me hace falta una peluquería,
pues destiñe y desaparece pronto.
Necesito ayuda para modificar mi color,
alguien que me de fuerzas para mantenerlo,
que me ayude a teñir mi alma
del color del arco iris, del color de la luz.
Alguien que me adopte, y me acaricie,
alguien que me haga ronronear, y cuide de mí.
Soy como un gato que sólo busca cariño;
Dios no permite que me falte nada;
tengo comida y abrigo suficientes,
pero no tengo quien acaricie mi pelaje.
Soy la gata de Dios, pero Él no me puede tocar,
me dejó en su casa con todo lo necesario,
excepto alguien que me mime,
que prenda la chimenea para ponerme en el borde,
ni voces humanas que reconozca como mías,
ni un ser humano que me reconozca suya.
Espero poder tener lo que los otros gatos del barrio,
un humano que sea mi dueño y del que yo sea dueña.
Un hombre para subirme en sus piernas,
y escuchar sus problemas,
al calor del fuego de la chimenea,
un hombre al que pueda arañar de vez en cuando,
y después pedirle perdón y que me perdone,
alguien para poder dormir a los pies de su cama.
Alguien que entienda, le guste y acepte
el color de esta gata de Dios.

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